[vc_row][vc_column][vc_single_image image=”4588″ img_size=”full” alignment=”center”][stm_image_box][/stm_image_box][vc_column_text]Esta semana al finalizar una clase con mis alumnos observé que una de ellas no salió y se quedó sentada en su escritorio. Supuso que quería hablar conmigo.

Al acercarme empezó a llorar desconsoladamente y pensé que algo muy grave había pasado y le pregunté: “¿Te pasa algo?, ¿Te puedo ayudar?”. Y ella en su llanto me dijo: “¡Maestro, ya no quiero estudiar! ¡Quiero dejar la universidad!”. Le pregunté por qué y me contestó: “Una compañera me dijo que preguntaba mucho en clase y que ya no lo hiciera”.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Le dije que ese no era razón para abandonar su proyecto y sentido de vida. Le expliqué que la vida está llena de piedras y obstáculos que la harán tropezar, pero no debe ser causa para rendirse.

Esta misma semana otra alumna de séptimo semestre se me acercó y me dijo que también quería dejar su carrera.

“Maestro, es que hay dos materias que no me gustan. Están difíciles y las estoy reprobando”. Y el mismo cuestionamiento fue para ella.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=”1/2″][vc_column_text]Nos enfrentamos a una generación trofeo, pero de cristal. Los papás y la sociedad somos la causa de crear muchachos muy frágiles y débiles que con un pequeño viento adverso se quiebran y son incapaces de seguir adelante.

En su libro Nation of wimps (Una nación de niños llorones o frágiles), Hara Estroff Marano afirma que la sobreprotección y el inflar el ego a los niños son causa de su vulnerabilidad y flaqueza.

Es una generación de chicos que jamás se han tropezado y menos caído en su vida porque los papás estamos quitando toda piedra y rellenando los pozos para que no caigan. Pero el problema es que nunca estaremos limpiando o aplanando su camino y cuando tengan una pequeña caída jamás podrán levantarse.[/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=”1/2″][vc_single_image image=”4590″ img_size=”large” alignment=”right” style=”vc_box_border”][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Observo con mucha preocupación papás que exigen a los maestros que cambien a sus hijos de salón de clase porque sus amigos están en el otro o hacen el grupito de amigos de su hijo para quitarle el estrés de hacer amigos o evitarle la frustración de ser excluido o hace un grupo de mamás en whatsapp para resolver tareas de salón y quitar la responsabilidad a sus hijos.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]La autoestima y la confianza de uno mismo se gana y no se regala. Se fortaleza gracias a méritos y logros propios y no por un falso enaltecimiento de su autoestima diciéndole “hijito eres el mejor de todos”.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Nuestros hijos no son tontos y no los podemos engañar. Saben perfectamente que para obtener un trofeo se necesita esfuerzo, trabajo duro, persistencia a pesar de las dificultades y aburrimiento, y tolerancia a las frustraciones, pero cuando lo obtienen sin merecerlo aprenden a vivir en su zona de confort y se dicen: “¿Para qué me esfuerzo? Con él o sin él me lo van a dar”.

Enseñemos a nuestros hijos que la vida es hermosa, pero hay que merecerla y ganarla con coraje y aprender que caer no es sinónimo de fracaso o trauma sino una oportunidad para crecer y ser felices.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column][vc_column_text]Información tomada de: ¨Generación trofeo, pero de cristal¨. El Norte. Familia 21.

Recuperado de: http://www.elnorte.com/aplicacioneslibre/editoriales/editorial.aspx?id=123253&md5=d73e8bd5da7876f5010574da03957371&ta=0dfdbac11765226904c16cb9ad1b2efe[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]