Uno de los grandes pilares del Colegio Los Pinos fue la española Blanca Pastor Moreno. Estuvo más de 35 años dirigiendo el Departamento de Orientación de la Institución, pero en julio de 2015 fue diagnosticada de una sensible enfermedad, que comprometía su accionar con terribles estragos que poco a poco la fueron alejando de nuestros corredores y también de Ecuador. Dispuesta a recuperarse, decidió volver a España a probar nuevos tratamientos, que le permitan reencontrarse con las muchas personas que tuvimos la suerte de conocerla y aprender de su pasión por el servicio y el amor a Dios.

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Blanca nació en Valencia dentro de una familia de supernumerarios, así que conocía el Opus Dei desde muy pequeña. Ella es la quinta de doce hermanos con los que siempre tuvo una relación entrañable. Nació un 1ero de mayo. Le gustaba mucho celebrar su cumpleaños con una romería ese primer día del mes de la Virgen. Su formación en el Colegio Guadalaviar, semejante a Los Pinos, le hizo entender su misión fácilmente.

Estudió Historia del Arte y en la universidad pidió la admisión como numeraria. Le preguntaron si quería venir a ayudar en la labor apostólica en Ecuador y respondió afirmativamente, pues pensó que sería una aventura. Para su familia, que la extrañaba mucho, el distanciamiento resultaba doloroso. En todos los años que vivió aquí siempre estuvo pendiente de ellos, así que cuando era posible viajaba a visitarlos. Alguna vez ellos también vinieron a conocer su “mundo”. En el año 2000, debido a la crisis bancaria, se dio una gran emigración hacia Europa. Su papá vio la oportunidad de tenerle más cerca a su hija, por lo que solía decirle que se quede en España que ahí también había muchos ecuatorianos a los que podía ayudar.

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Blanca Pastor y su misión en Ecuador:

Blanca llegó a Ecuador muy joven, en 1980. Temporalmente estuvo en Guayaquil, pero pronto asumió el reto de trabajar en el Departamento de Orientación del Colegio Los Pinos que para entonces contaba con 13 años de haber sido fundado. Ser directora del Departamento y tutora le permitió conocer muy bien a las familias y a las alumnas con quienes estableció rápidamente una entrañable y duradera relación de la que nacieron importantes vocaciones para el Opus Dei. Es que ella no solo escuchaba a las personas a quienes conocía, sino que se involucraba en sus vidas totalmente para socorrerlas.

Lo hacía desde el cariño y la entrega incondicional. Así lo recuerdan muchas familias: las de estudiantes, que comprendieron todas las dimensiones del ser humano a través del encuentro y el servicio hasta la de humildes trabajadores del colegio que pudieron resolver problemas económicos o construir su casa gracias a los donativos que ella conseguía entre sus hermanos en España. Por todo eso, siempre conservó la amistad de sus tuteladas, muchos años después de graduadas, porque ella se mantenía pendiente de su trabajo y de sus familias.

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Blanca Pastor también fue la organizadora de grandes experiencias de servicio dentro y fuera del país. En el valle del Chota, en la serranía norte del Ecuador se organizaron quincenalmente visitas para adecentar instalaciones y repartir víveres a familias de muy escasos recursos. En el sector de Atucucho, al norte de Quito, se ofrecían clases de refuerzo para niños con dificultades y catequesis para alcanzar los sacramentos.

Las celebraciones en Navidad siempre fueron oportunidades para alegrar a estos hermanos empobrecidos con un mensaje de amor y donativos que les pudieran ayudar a enfrentar su crisis, al menos temporalmente. Incluso organizó, junto con otras personas, un curso vacacional para los niños de Atucucho en el colegio. Una de las actividades más recordadas fue la de poder bañarse en agua caliente, en las duchas del coliseo, porque era una facilidad de la que no disponían en sus casas.

En la gran transformación arquitectónica que tuvo el colegio, la que nos acerca más a Blanca, es la ermita. Fue el regalo de una promoción al graduarse. La idea y la talla de la Virgen surgió de una estampa suya muy querida para que sirviera de inspiración. Además, instauró la costumbre de la procesión del Corpus Christi en el colegio. Ella la puso en marcha desde la confección del palio y los cirios. Blanca vibraba con su ejecución, que se fue perfeccionando hasta la “petalada” (tirar pétalos de rosas desde los balcones cuando pasa el Santísimo) que se hace actualmente.

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Alumnas y maestras guardamos con cariño sus enseñanzas. Ella nos dio el ejemplo de preocuparnos por las amigas y hacer apostolado. Decía que debemos ayudar a los demás a llegar al cielo y alcanzar la salvación. Nos animaba a ser más generosas con Dios, a acercarnos a la confesión, a la comunión, a hacer un rato de oración. De su mano aprendimos a preparar la Cuaresma con el rezo del Vía Crucis y a ofrecer el Santo Rosario Misionero por los cinco continentes. Blanca Pastor nos enseñó a rezar el Ángelus al mediodía y nos motivó a compartir con los demás nuestra fe.

En las juntas de curso, nos demostró que el conocimiento de todas las esferas de la persona marca o desequilibra su aprendizaje. La relación con la familia, sus dudas existenciales, sus proyectos de vida, los problemas económicos, de salud… son variables indispensables para hacer una evaluación real de las niñas. Por eso, como buena conocedora de la causa, se convirtió en la intercesora de los casos de necesidad extrema, si se discutía el tema de los logros académicos de las alumnas.

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Nobles metas, arduas luchas lejos de casa, cariño, alegría, buen ejemplo, gratitud a Dios y ahora también valentía ante la adversidad son algunos de los atributos más sobresaliente de Blanca Pastor, que ha sabido como el Cid, su personaje histórico y legendario, enfrentar duras batallas y salir airosa.

Artículo escrito por Ena Padilla